Carta 11
Me despido de un lugar en el que fui feliz
Haifa, Israel - 9 de octubre de 2025
Hoy es el último día en mi casa. Mañana a esta misma hora, ya no quedará rastro mío acá, solo recuerdos. Esta vez al menos me llevo mi escritorio, mi pequeño reino, mi jurisdicción, mi paraíso.
Recuerdo la mudanza anterior, el escritorio no era mío y tuve que dejarlo. Ahí donde escribí poemas, cartas de amor y de guerra, ahí donde terminé el borrador de mi primera novela, ahí donde me dije que era hora, que ya era hora de cumplir ese sueño. Fue en ese escritorio en el que empecé a escribirte estas cartas.
La última vez que nos vimos con el escritorio, le agradecí con lágrimas en los ojos. Mientras me sentía un poco idiota por estar agradeciéndola a un objeto, a algo inerte, me pregunté cuántos más ¿De cuántos escritorios más tendré que aferrarme para después dejarlos?
Tengo treinta años, si llamamos hogar a un lugar en el que vivimos más de tres meses —cantidad de tiempo totalmente arbitraria puesta por mí sin lógica alguna— ya viví en once hogares distintos. Sin contar los que habité en el año que estuve en Nueva Zelanda, ni la casa de L. mi ex, en la que pasé gran parte de mi vida durante cinco años y en donde me trataron como una hija más. También sin contar todas las casas que habitó mi papá después del divorcio, porque aunque él siempre quiso que yo las sintiera mi hogar, eso nunca sucedió. Perdón pa.
Mañana se viene la casa número doce. Me gustaría escribirte que vivo las mudanzas sin la nostalgia que tanto me caracteriza, pero no.
En cada una de esas casas dejé un pedazo de mí que ahí quedó. Después, en la casa siguiente, crecen nuevos. Porque el alma es como una planta, a veces hermosa y otras carnívora.
Entonces, cuando me siento idiota al agradecerle a las paredes que me vieron amar y llorar, me recuerdo que no lo soy, que tener un techo en este mundo atroz es un privilegio que ya no doy por sentado.
Este año, durante la guerra con Irán, mi ciudad se sacudía, vibraba, sonaba. Cayeron varios misiles, zonas enteras quedaron sin una sola ventana. Una amiga a la que quiero mucho parió a su bebé en un hospital subterráneo antimisil, que en tiempos de paz funciona como un estacionamiento para el personal de salud.
Nos gusta decir entre risas —el verdadero me río para no llorar— que parió en un estacionamiento, porque aunque la mona se vista de seda mona queda, y eso se veía como un estacionamiento, con los números en el piso y todo, al que le habían revoleado un par de camillas y biombos.
Sonrío al pensar en el día en que ese bebé, convertido en hombre, haga chistes al respecto. Tal vez hasta lo use para empezar una conversación con una chica o un chico que le guste. Al final soy una romántica, de las que creen que ante la guerra siempre es el amor el que gana. O tal vez son cosas que me invento para ver el mundo con mis lentes rosas y no tener que usar los grises.
Me fui por las ramas, volvamos. Durante la guerra, los últimos días en los que varios misiles ya habían caído cerca, yo me despedía por las noches de esta casa. No temía por mi vida, sí, lo sé, quienes vivimos por acá distorsionamos un poco el sentido de la seguridad y el peligro, cosas de supervivencia. Por lo que sí temía era por mi casa, cuando corría a un refugio, a un lugar seguro, esta casa quedaba acá, sola, desprotegida y a merced de una lotería. Irán tiraba a cualquier zona civil y donde caía, caía.
Me despido de esta casa agradecida de que no le haya caído un misil, pero también le agradezco por lo cotidiano, por las cenas en las que hubo vino, por los sueños que se materializaron en alguna charla en el comedor.
No dejo de sentirme una mujer privilegiada, a veces me pesa, otras, recibo el regalo: cierro los ojos y abro los brazos.
Hasta la próxima carta, querida lectora, querido lector. La que te escribiré desde un nuevo hogar, pero desde este mismo escritorio.






Mala idea leer dos escritos tuyos en un mismo lapso de 20 minutos, no dejo de llorar (igual me gusta que lo que leo me movilice)
¡Wow! Qué bonito escritorio, se nota que guarda historias y latidos.
Estoy segura de que tu nuevo hogar se verá precioso con esa chulada acompañándote.
Nunca se me había pasado por la cabeza contar las casas en las que he vivido, ahora me quedé pensándolo; las mudanzas también nos mudan por dentro, ¿no?
Yo también soy extranjera viviendo en el exterior y he sentido eso de agradecer lo cotidiano, incluso en medio del caos.
Me gusta mucho cómo logras ver la belleza en medio de todo, eso es de admirar.